Richard Sibbes (1577-1635)
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Richard Sibbes — El Escondite de los Santos en el Día Malo
“Y por eso los que son afligidos según la voluntad de Dios, encomiéndenle sus almas, como a fiel Criador, haciendo bien.” (1 Pedro 4:19)
TRATARÉ AHORA ESE atributo de Dios que debe movernos a confiar en él, a saber que es un Creador fiel. Ahora
bien, Dios es fiel: 1. En su naturaleza. Él es YO SOY, siempre él mismo, inmutable e invariable. 2. En su palabra. Se
expresa tal como es. La palabra que procede de Dios es una expresión de la fidelidad de su naturaleza. 3. En sus obras.
“Bueno eres tú, y bienhechor” como dice el salmista, (Sal. 119:68). Siendo Dios mismo fiel , también lo es todo lo que
procede de él. Cualquier relación que asume Dios, es fiel a ella. Como es Creador, preserva y mantiene su propia obra.
Como es Padre, es fiel en cumplir plenamente ese deber para bien de sus hijos. Como es nuestro Amigo, también
cumple todos los deberes de esa relación. ¿Y por qué otra razón se rebaja tan bajo para asumir estas relaciones sino para
mostrar que ciertamente cumplirá con ellas totalmente? ¿Por qué es que los hombres son fieles a sus relaciones mutuas,
que el padre es fiel a su hijo? ¿Acaso no viene de Dios, el Padre soberano? Que un amigo sea fiel a su amigo, ¿no es cosa
de Dios, el gran Amigo?
Todos sus caminos son misericordia y verdad. No sólo son misericordiosos y buenos y generosos, sino que son
misericordia y verdad mismas. Si él se muestra como un Padre, es un padre verdadero, un amigo verdadero, un
creador y protector verdadero. Como ha dicho alguien: ‘¿Causaré que otros teman, y sea yo mismo un tirano?’ Toda
otra fidelidad no es más que un vislumbre de lo que es Dios. ¿No ha de ser absolutamente fiel aquel que hace que
otras cosas sean fieles?
Ahora bien, esta fidelidad de Dios es aquí una razón para esta obra de consagrarnos a él; y podemos confiar en
él cuya palabra ha sido probada siete veces en el fuego (Sal. 12:6). No hay escoria en ella. Cada palabra de Dios es una palabra segura; su verdad es un escudo y un ceñidor; haremos bien en confiar en ella. Por lo tanto, cuando lee
usted una promesa en particular en el Nuevo Testamento, dice “Palabra fiel...” (1 Tim. 1:15); es decir, ésta es una
declaración en la que podemos confiar; es la declaración de un Creador fiel.
Entonces, teniendo en cuenta que Dios es fiel en todo sentido a sus promesas y en sus actos, aprovechémoslos
de una manera especial. Atesoremos todas las promesas que podemos relacionadas con el perdón de los pecados, de
protección y preservación; de que nunca nos abandonará, sino que será nuestro Dios hasta la muerte, etc., y luego
estemos seguros de que será fiel en cumplirlas. Cuando nos sentimos atemorizados por su majestad y su justicia y
otros atributos, pensemos en su misericordia y su verdad. Se ha vestido de fidelidad, como dice el salmista. En
medio de la infidelidad de los hombres en quienes usted confía, dependa de esto: que Dios sigue siendo el mismo y
nunca lo engañará.
Cuando un hombre nos da su palabra, tomamos en cuenta cómo es él, porque las palabras de los hombres son
como ellos son. ¿Qué no puede hacer la palabra de un rey? Si un hombre es poderoso y grande, responde por su
palabra. Ésta es la razón por la cual hemos de dar tanta importancia a la palabra de Dios, porque es la palabra de
Jehová, un poderoso Creador, que da vida a todas las cosas, y no puede menos que ser Señor y Dueño de su
palabra. No sabemos el significado de Dios de ninguna otra manera más que por medio de su palabra. Hasta que
no lleguemos al conocimiento por vista en el cielo, hemos de contentarnos con el conocimiento por la revelación en
la palabra.
Y en cada promesa, identifique la que mejor se adapta a su condición actual. Si se encuentra en grandes
dificultades, piense en el poder supremo de Dios. Señor, tú me formaste de la nada, y puedes librarme de este
estado. He aquí, vuelo hacia ti para obtener sustento. Si se encuentra perplejo por falta de dirección, y no sabe qué
hacer, enfoque el atributo de la sabiduría de Dios, y anhele que le enseñe la senda que debe tomar. Si ha sufrido
una injusticia, vuele a su justicia, y diga: Oh Dios, de quien es la venganza, escucha y ayuda a tu siervo. Si ha sido
sorprendido por la desconfianza y vacilación, entonces acuda a su verdad y fidelidad. Siempre encontrará en Dios
algo para sostener su alma aun en la condición más extrema en que pueda caer; porque si no hubiera en Dios una
plenitud para suplir cada urgente necesidad en que nos encontramos, no merecería ser adorado, no merecería que
confiáramos en él.
Puesto en balanza, el hombre es más liviano que la vanidad. Todo hombre es mentiroso, o sea que es falso.
Nosotros podemos ser así, siendo humanos, pero Dios es esencialmente veraz. No puede engañar y a la vez ser
Dios. Por lo tanto, cuando esté decepcionado de alguien, acuda a Dios y sus promesas, y edifique sobre esto: que el
Señor no dejará que le falte nada que pueda hacerle a usted bien. Entre los hombres hay pactos rotos: entre nación
y nación, y entre hombre y hombre. Casi no se puede confiar en nadie; pero para todas las circunstancias confusas
hay un consuelo. La persona religiosa puede echarse audazmente en los brazos del Todopoderoso, y acudir a él en
cualquier dificultad, como el Creador fiel que no lo abandonará.
Oh, avergoncémonos de deshonrar al que está listo para empeñar en nosotros su fidelidad y verdad. Si
confesamos nuestros pecados, Dios “es fiel... para que nos perdone” (1 Juan 1:9). No nos dejará ser tentados “más
de lo que podéis llevar” (1 Cor. 10:13). Cuando nos llenamos de dudas y temores pensando si cumplirá o no sus
promesas, deshonramos su Majestad. ¿Acaso no creemos que Dios permanece verdadero y fiel? Sin lugar a dudas
que así es y no podemos deshonrarlo más que si desconfiamos de él, especialmente en lo relativo a sus promesas
evangélicas. Si no descansamos seguros en él, lo hacemos mentiroso, y le robamos aquello en lo cual él más se
gloría, su misericordia y fidelidad.
Considere la bajeza de la naturaleza del hombre. Dios ha hecho fieles a todas las cosas que lo son, y podemos
confiar en ellas; pero siempre andamos cuestionando la verdad de su promesa. Con razón podemos hacer nuestra
la queja de Salvian en su época. Dijo: ‘¿Quién, sino Dios, ha hecho que pudiéramos confiar que la tierra diera su
fruto? De hecho, podemos confiar en la tierra al sembrar nuestra semilla. ¿Quién, sino sólo Dios, hace fiel al
hombre, que es por naturaleza la criatura más engañosa y vana? No obstante, confiamos en un hombre vano,
usurero, y esperamos grandes cosas de su mano, antes que del Dios todo suficiente que no cambia. ¿Quién, sino
Dios, hace que los mares y los vientos sean fieles, que no nos hagan daño? No obstante, antes confiamos en el
viento y el tiempo que en Dios, al ver a muchos marineros en un barco pequeño, echar sus bienes en un océano
inmenso para ser llevados de un lado a otro, en lugar de confiárselos a Dios.’
Sí, dejen a Satanás, por sus medios malévolos, llevar al hombre a los razonamientos que le convienen, porque el
diablo no conversa inmediatamente con el mundo, sino con sus instrumentos, y el hombre confiará antes en él que
en Dios. Nuestros corazones están propensos a desconfiar del Todopoderoso, de poner su verdad en tela de juicio y de confiar en las mentiras de sus propios corazones y de otros hombres, antes que confiar en él. Lamentemos, pues,
nuestra infidelidad, que teniendo tal Creador omnipotente y fiel en quien apoyarnos, no podemos hacer que nuestros
corazones confíen en él. Hay dos columnas principales en la fe del cristiano: El poder de Dios y la bondad de
Dios.
Estas dos, como Aarón y Hur, sostienen los brazos de nuestras oraciones. Por más desesperante que sea nuestra
condición, Dios sigue siendo un Creador. Nunca son tan grandes nuestros pecados y debilidades, que no tenga él el
poder para sanarlos. Oh, cómo debe esto alegrar nuestras almas, y reanimar nuestros espíritus caídos en todas
nuestras luchas y conflictos con el pecado y Satanás, de tal manera que no cedamos a la más mínima tentación,
teniendo un Dios todopoderoso al cual acudir para sustentarnos.
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Richard Sibbes (1577-1635): reconocido predicador d Richard Sibbes e la Palabra de Dios inglés a principios del movimiento puritano; educado en
Cambridge.
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