jueves, 21 de mayo de 2015

Josef Urban — El evangelio en una sola palabra

Si tuvieras que resumir el evangelio con una sola palabra, ¿cuál sería? La pregunta es difícil. Quizás la mejor respuesta sería, “Cristo”. Sin embargo, hay otra palabra que capta la esencia del corazón del evangelio, y tiene una tradición larga de ser reconocida entre los teólogos Reformados como una de las palabras más importantes de toda la Biblia. Hablamos de “propiciación”.

Es por la presencia de este término en Romanos 3:25 que el Dr. D. Martyn Lloyd-Jones denominó al versículo “la acrópolis de la fe cristiana”. El contexto de este versículo —el discurso del Apóstol Pablo sobre la depravación del hombre y el justo juicio de Dios— resalta el significado de la palabra.


Un término poco común.
Sabemos que “propiciación” no es exactamente una expresión coloquial. Es una palabra teológica técnica que muchos prefieren ignorar. Pero el concepto que la palabra comunica es tan importante para entender el evangelio bíblico que no podemos ser ignorantes de lo que significa y, a la vez, comprender el evangelio correctamente.

El significado básico es ‘’apaciguamiento” o “satisfacción’’. En la Escritura, se refiere al apaciguamiento de la ira de Dios por medio de Su justicia. El sacrificio de Cristo satisfizo las demandas de la justicia de Dios por nosotros y, al hacerlo, apaciguó la ira de Dios para con nosotros. Esta es una palabra especial: no existe ninguna otra palabra en toda la Biblia que comunique precisamente este concepto.

La justicia de Dios
En el libro de Romanos, el Apóstol pasa la mayor parte de tres capítulos describiendo la perdición del hombre. El gran tema del libro es “la justicia (o rectitud moral) de Dios” y el problema del hombre es que ha violado el estándar perfecto del Creador, Rey y Juez del universo. El hombre es deudor a la justicia, y esto resulta en su sujeción imparcial a su condenación legal. Esta condenación se manifiesta por el castigo justo infligido por Dios por medio de retribución temporal y eterna. “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” (Ro. 1:18).

La manifestación de la ira de Dios corresponde a la magnitud de la gravedad de las violaciones de la Ley que el hombre ha cometido, y esta gravedad es determinada por la infinita dignidad del Dios glorioso contra quien los hombres han transgredido. Así que, la gravedad del pecado y la magnitud de la culpabilidad del hombre son de proporciones inmensas porque, ofenden y detractan de la gloria de un Dios que es infinitamente digno de ser honrado y glorificado. El castigo justo que el hombre merece es la revelación de la santa furia y el justo enojo del Dios santo que tiene que vindicar Su gloria y justicia, y lo hará en la condenación eterna del hombre. Además, el hombre peca continuamente, acumulando cada vez más castigo para la eternidad futura: “Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios” (Ro. 2:5).

El Dios que es justo y justifica
Esto nos lleva al dilema. Dios no puede negar Su gloria y no puede impugnar Su justicia. La vindicación de Su justicia en el castigo del pecador es absolutamente necesaria para la vindicación de Su gloria ofendida. Si Dios perdonara al pecador sin vindicar la gloria de Su justicia, estaría detractando de Su misma gloria y cometiendo una injusticia, ¡y Él es incapaz de hacer eso! Entonces, ¿cómo puede Dios ser justo, y a la vez, justificar al pecador?

El apóstol soluciona este dilema con la introducción de la palabra “propiciación” en 3:25:


“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Ro. 3:23-26)

¡Cristo fue puesto como propiciación! Es decir, Dios el Padre puso a Su propio Hijo como un sacrificio que apacigua la ira del Dios todopoderoso; y lo hace por el pecador, en lugar del pecador. El Hijo de Dios en su encarnación fue constituido el Mediador a fin de ser el Representante legal de Su pueblo (1 Tim. 2:5). Al ir a la cruz, Cristo asumió el lugar del pecador como su sustituto y sufrió el castigo que el pecador merecía (1 Ped. 3:18; 2 Cor. 5:21).

Este castigo era la plenitud de la santa furia de la justa ira de Dios contra el pecado de los pecadores escogidos. Por esto oró el Señor en el huerto de Getsemaní, “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa” (Lc. 22:42). ¿Qué estaba en la copa? El aborrecimiento santo de Dios contra los pecadores. “Sobre los malos hará llover calamidades; Fuego, azufre y viento abrasador será la porción del cáliz de ellos” (Sal. 11:5-6). “Porque el cáliz está en la mano de Jehová, y el vino está fermentado, Lleno de mistura; y él derrama del mismo; Hasta el fondo lo apurarán, y lo beberán todos los impíos de la tierra” (Sal. 75:8).

“Él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero” (Ap. 14:10). Cristo tomó el lugar legal del malo, del impío, delante de Dios, y sufrió como su vicario. En la cruz, ¡el Hijo de Dios fue bautizado en el fuego de nuestro infierno! Por esto sudó grandes gotas de sangre (Luc. 22:44), por el terror y pavor de la ira del Dios todopoderoso.
.Nosotros merecíamos la maldición de la Ley, pero él la recibió para convertirla enbendición (Ga. 3:13-14)..Nosotros merecíamos separación de Dios, pero él la experimentó para lleva a cabo nuestra reconciliación (Ro. 5:10-11)..Nosotros merecíamos la condenación, pero él la llevó para efectuar nuestrajustificación (Ro. 5:1)..Nosotros merecíamos la ira de Dios, pero él la sufrió para convertirla en favoreterno (1 Ts. 1:10).

La propiciación es el aspecto de la obra de Cristo que convierte la ira de Dios en favor de Dios para todos los que abrazan el evangelio. Cristo cumplió la justicia de la Ley y sufrió la penalidad de la Ley a fin de satisfacer las demandas positivas y sufrir las consecuencias negativas de la Ley (Gal. 4:4-5). De esta manera, Dios ahora puede perdonar al pecador sin negar la justicia de Su Ley, porque esa justicia fue cumplida en Cristo. Ahora, Dios puede ser justo y, a la vez, justificar al transgresor, porque es justo que Dios perdone al pecador que confía en Jesús. De hecho, tan perfecta, eficaz y suficiente es la obra y satisfacción de Cristo que ¡ahora sería injusto que Dios no perdone al creyente que está en Cristo (1 Jn. 1:9; 2:1-2)! Dios es glorificado en la salvación del impío creyente, porque Su justicia ha sido satisfecha y vindicada en la cruz. ¡Aleluya!

La palabra “propiciación” resume el evangelio porque comunica la esencia del significado de la cruz: el cumplimiento de la justicia divina y apaciguamiento de la ira de Dios. Quiere decir que Dios, por la obra de Cristo, puede ser propicio (mirar con favor) al pecador (véase Lc. 18:13-14). ¡No hay ninguna otra palabra que sea capaz de comunicar todo esto! ”Propiciación” es una palabra gloriosa.
Josef Urban es un misionero sirviendo en México y pastor de la Iglesia del Centro en Guadalajara, Jalisco. Además, sirve y predica en dos otras iglesias en Querétaro y México D.F., y es parte del equipo de Cristianismo Bíblico, un ministerio que procura divulgar el Evangelio bíblico y las verdades del cristianismo histórico en el mundo hispano.


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