Por Jeremiah Johnson
La gente, por regla general, no les gusta ser confrontados con su pecado. La mayoría parece pensar que el titulo de pecador debe reservarse sólo a los más viles, violentos y corruptos, suavizando sus propios diagnósticos espirituales en el proceso. Si bien pueden reconocer que no siempre hacen lo correcto, sus listas de lo malo nunca son tan atroces como las de otra persona.
Incluso muchos creyentes, se disgustan con la idea de que son pecadores. En vez de dar gracias al Señor por exponer su pecado y tratar con él en la Biblia, ellos infantilmente buscan un ejemplo peor para mejorar su posición a lo largo del espectro del comportamiento.
Argucia Posmoderna
Parte del problema es la mentalidad posmoderna que nos dice que somos capaces de flexionar y redefinir el significado de la Palabra de Dios para que se adapte a nuestros propósitos. Mientras que la Biblia podría haber sido autorizada y pertinente cuando fue escrita primero, esto no refleja la época ilustrada que vivimos hoy. En pocas palabras, la Escritura habla en blanco y negro, mientras que nuestro mundo es cada vez más gris.
Esa es la mentalidad que recientemente llevó al hereje prominente Rob Bell a referirse despectivamente a la Biblia como nada más que una colección de “cartas de hace 2.000 años.” Y trágicamente, es un modo de pensar que impregna la iglesia de hoy — una que ha tomado probablemente raíz (hasta cierto punto) en su propio corazón.
Permítanme explicar: Si bien no todos los creyentes comparten la pobre perspectiva de Bell de la Escritura o su idea posmoderna de la verdad, actúan por su forma de pensar siempre que califiquen a los pecados como “pequeños”, se entregan a un placer pecaminoso culpable, o juegan con una fugaz tentación. Cada vez que los cristianos no toman tan en serio el pecado como Dios lo hace, estamos diciendo efectivamente que Su Palabra no se aplica a nosotros. Es un brazo rígido práctico para todo lo que la Escritura enseña acerca de la santidad, el pecado y la justa ira de Dios.
Y para nuestra vergüenza, lo hacemos todo el tiempo.
La cura para tal comportamiento inmaduro es quitar la lente de la posmodernidad sentimental y alinear nuestra mente al eterno –y perpetuamente relevante – estándar que Dios nos ha dado en Su Palabra. Tenemos que hacer caso omiso de la inclinación moderna por definir nuestras propias realidades, y en su lugar aferrarnos a lo que dice la Biblia acerca de la realidad del corazón no arrepentido, y la naturaleza del pecado que todos hemos heredado de Adán.
El Pecado Original
En su libro, The Vanishing Conscience, John MacArthur explica cómo el pecado de Adán ha infectado a su descendencia.
Debido al pecado de Adán, esta condición de muerte espiritual llamado depravación total ha pasado a toda la humanidad. Otro término para esto es “pecado original”. La Escritura explica de esta manera: “Por tanto, tal como el pecado entró en el mundo por un hombre, y la muerte por el pecado, así también la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos pecaron” (Romanos 5:12). Cuando, como cabeza de la raza humana, pecó Adán, toda la raza fue corrompida. “Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores” (Romanos 5:19). Cómo tal cosa podía ocurrir ha sido el tema de mucha discusión teológica por siglos. Para nuestros propósitos, sin embargo, es suficiente afirmar que la Escritura enseña claramente que el pecado de Adán trajo culpa sobre toda la raza. Estábamos “en Adán” cuando pecó, y por lo tanto la culpa del pecado y la sentencia de la muerte pasó a todos nosotros:. “En Adán todos mueren” (1 Corintios 15:22) [1] John MacArthur, The Vanishing Conscience (Nashville: Thomas Nelson, 1994), pp 88-89.
A través de Adán todos heredamos una inclinación natural e ineludible hacia el pecado. Y si bien podría ofender a nuestros conceptos defectuosos de la equidad y la culpabilidad, nacemos en la culpa del pecado de Adán, y somos acusados en el tribunal de Dios mucho antes de que alguna vez cometamos un acto voluntario de pecado.
John continúa explicando que nuestra naturaleza pecaminosa establece el curso de una vida de pecado.
El pecado fluye del alma misma de nuestro ser. Es debido a nuestra naturaleza pecaminosa que cometemos actos pecaminosos:
Porque de adentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricias, maldades, engaños, sensualidad, envidia, calumnia, orgullo e insensatez. Todas estas maldades de adentro salen, y contaminan al hombre. (Marcos 7: 21-23).
Nosotros somos “por naturaleza hijos de ira” (Efesios 2: 3). El pecado original –incluyendo todas las tendencias corruptas y pasiones pecaminosas del alma – es tan merecedor de castigo como todos nuestros actos voluntarios de pecado. . . . . . . Lejos de ser una excusa, en sí el pecado original está en el corazón de por qué somos culpables. Y sí el pecado original es motivo suficiente para nuestra condenación delante de Dios. [2] The Vanishing Conscience, p. 89.
Hijos de Ira
En pocas palabras, usted y yo no tenemos que hacer nada para ganar la designación del pecador. La inclinación natural hacia la rebelión y el interés propio es fundamental en cada uno de nosotros. Entre la descendencia de Adán, sólo Cristo escapó a la mancha del pecado original a través de Su concepción milagrosa. El resto de nosotros ya estábamos “en Adán,” participando en su pecado y en la culpa que le siguió.
Eso nos debe despojar de cualquier noción de un espectro de comportamiento, y no desaprovechar todas las esperanzas que podríamos cultivar por el mérito de nuestra bondad. Todos nos mantenemos igualmente pecaminosos e igualmente culpables ante el Señor. Como John dice:
Somos por naturaleza enemigos de Dios, pecadores, amantes de nosotros mismos, y en la esclavitud de nuestro propio pecado. Estamos ciegos, sordos y muertos a los asuntos espirituales, incapaces incluso de creer sin la intervención de la gracia de Dios. Sin embargo, somos incansablemente orgullosos! De hecho, no hay nada más ilustrativo de la maldad humana que el deseo de auto-estima. Y el primer paso para una autoimagen adecuada es un reconocimiento de que estas cosas son verdaderas.
Es por eso que Jesús elogió el recaudador de impuestos –en lugar de reprenderle por su baja autoestima – cuando el hombre se golpeó el pecho y le rogó: “Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:13). El hombre había venido finalmente al punto donde se vio por lo que era y estaba tan abrumado que su emoción se soltó en actos de auto-condenación. La verdad es que su imagen propia nunca había sido más sólida que en ese momento. Libre de orgullo y pretensión, ahora veía que no había nada que jamás podría hacer para ganar el favor de Dios. En cambio, él rogó a Dios por misericordia. Y, por tanto, él “descendió a su casa justificado” –exaltado por Dios porque él se había humillado (v. 14). Por primera vez en la historia él estaba en condiciones de darse cuenta del verdadero gozo, la paz con Dios, y un nuevo sentido de dignidad que se otorga por la gracia de Dios a aquellos que Él adopta como sus hijos (Romanos 8:15). [3]The Vanishing Conscience, p. 90.
La próxima vez vamos a considerar cuán profundo corre nuestra corrupción innata.
Original: http://www.gty.org/resources/Blog/B150603
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