martes, 28 de abril de 2015
Mi reino no es de este mundo
(Juan 18)
Pilato le respondió: ¿Soy yo acaso judío? Tu nación, y los principales sacerdotes, te han entregado a mí. ¿Qué has hecho? Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si Mi reino fuera de este mundo, Mis servidores pelearían para que Yo no fuera entregado a los judíos; pero Mi reino no es de aquí.
Los juicios del Señor Jesucristo son los errores judiciales más atroces de la historia. En ellos el amigo de los pecadores (Lc. 7:34) enfrentó el odio de los pecadores, al Juez de toda la tierra (Gn. 18:25) lo juzgaron simples jueces humanos, al exaltado Señor de la gloria (1 Co. 2:8) lo humillaron con burlas, escupitajos y golpes, al Santo y Justo (Hch. 3:14) se le trató como a vil pecador, a quien es la Verdad (Jn. 14:6) lo impugnaron mentirosos malvados.
Pero la inocencia de Jesucristo brillaba en medio de la oscuridad satánica de sus juicios. Los esfuerzos malignos de sus acusadores se cambiaron para confirmar la completa inocencia de Jesús. Durante su ministerio terrenal había retado a sus oyentes con estas palabras: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis?” (Jn .8:46; cp. 14:30) . En el Antiguo Testamento Isaías profetizó esto sobre Él:
Y se dispuso con los impíos Su sepultura, mas con los ricos fue en Su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en Su boca (Is. 53:9).
El ángel que predijo Su nacimiento lo llamó “Santo Ser” (Lc. 1:35), su traidor se lamentó por haber “pecado entregando sangre inocente” (Mt. 27:4), uno de los malhechores crucificados con Él declaró: “Éste ningún mal hizo” (Lc. 23:41) y el centurión romano a cargo de su ejecución reconoció: “Verdaderamente este hombre era justo” (v. 47). Pablo dijo que Él “no conoció pecado” (2 Co. 5:21), el escritor de Hebreos afirmó que “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (He. 4:15) y que era “santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores” (7:26) y Pedro escribió que Jesús “no hizo pecado, ni se halló engaño en Su boca” (1 P. 2:22).
Como ahora era claro que Pilato solamente repetía la acusación de los líderes judíos, respondió Jesús a su pregunta. Era rey, pero no un gobernante político con la intención de desafiar al gobierno de Roma. Declaró: “Mi reino no es de (gr. ek; “en medio de”) este mundo”. Su fuente no era el sistema del mundo, ni derivaba su autoridad de alguna fuente humana. Como ya se dijo antes, había rechazado el intento de la multitud por coronarlo rey. También dejó pasar la oportunidad de proclamarse rey en la entrada triunfal, cuando entró a Jerusalén a la cabeza de decenas de miles de esperanzados frenéticos. Para reforzar lo dicho, Jesús señaló que si Su reino fuera de este mundo, Sus servidores pelearían para que Él no fuera entregado a los judíos. Ningún rey terrenal habría permitido que lo apresaran tan fácilmente. Pero cuando uno de sus seguidores (Pedro) intentó defenderlo, Él lo reprendió. El reino mesiánico no tiene su origen en el esfuerzo humano, sino a través del Hijo del Hombre que conquista el pecado en las vidas de quienes pertenecen a Su reino espiritual.
Hoy el reino de Cristo está espiritualmente activo en el mundo y un día Él regresará para reinar físicamente en la tierra en la gloria milenaria (Ap. 11:15; 20:6). Pero antes de eso Su reino existe en los corazones de los creyentes, donde Él es Rey indiscutido y Señor soberano. Él no era en absoluto amenaza alguna a la identidad nacional de Israel o a la identidad militar y política de Roma. Es significativo que el Señor haya hablado de Su entrega en manos de los judíos. Lejos de llevarlos a una revuelta contra Roma, Jesús habló de los judíos (especialmente los líderes) como enemigos suyos. Él era rey, pero como repudiaba el uso de la fuerza y los enfrentamientos, no era amenaza para los intereses de Roma. Las declaraciones del Señor hacían absurdas las acusaciones de los judíos sobre su interés en derrocar a Roma.
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Jonh F. MacArthur - Mi reino no es de este mundo
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